viernes, 20 de marzo de 2009

CHAVÍN DE HUÁNTAR

Autores: Arturo Escalante y Silohé Llanos


De la fascinación arqueológica al
encanto de un ac
ogedor pueblo

Venciendo la soberbia de los altos nevados del Callejón de Huaylas y zigzagueando las temibles quebradas que dominan el Callejón de Conchucos, llegamos a Chavín de Huántar, ubicado en la provincia de Huari a 3.180 m.s.m. en el departamento de Ancash, para deslumbrarnos con los vestigios de la imponente cultura preinca y disfrutar de la calidez su pueblo.

Con los primeros destellos del sol participamos a contemplar los andes ancashinos y llegar a la cultura matriz peruana según Julio C. Tello. Los meses de mayo a setiembre son propicios para emprender esta aventura, pues la ausencia de lluvias permite un viaje más rápido y descansando.

Por la Panamericana Norte hasta Barranca el paisaje invernal costeño nos acompaña, pero al ingresar a Pativilca somos testigos de una transformación silenciosa. Ahora el calor arrecia, emergen los árboles frutales y los sembríos de maíz; los arbustos empiezan a poblar las inmensas cumbres por las que ascendemos. Luego vienen Chasquitambo, Cajacay y otros pequeños poblados situados al margen de la carretera hasta que el panorama se torna típicamente serrano y el frío ejerce su dominio, Así atravesamos la laguna de Conococha, que por esta época tiene un nivel de agua bajísimo y llegamos a Catac, poblado donde almorzamos trucha frita y bebemos mate de coca, para prevenir el soroche que produce el tramo de la carretera a Huari.

El paisaje serrano se ofrece en toda su grandeza, divisamos la hermosa laguna de Querococha y los elevados nevados que pintan el horizonte, estamos en el Callejón Huaylas a 4.800 m.sn.m., y vamos a travesar el túnel Cahuish (el túnel carretero más largo del país, con 580 metros) para descender el Callejón de Cochucos por impresionante quebradas y un trayecto algo complicado por lo agreste del territorio. Luego de tres horas, llegamos al pueblo de Chavín de Huantar para pasar la noche, el periplo, bello pero agotador, ha durado once horas.

El castillo de Chavín

Pasamos gratamente la noche en el hostal La Casona y, muy temprano, nos dirigimos a conocer el llamado Castillo de Chavín. La entrada para adultos cuesta diez soles, universitarios cinco y escolares tres. Causa sorpresa la falta de un folleto informativo que normalmente se te alcanza cuando llegas a un importante lugar turístico.

El área del monumento se extiende por cinco hectáreas, la estructura del edificio tiene tres pisos (descubiertos) y forma de U, está construido con piedra caliza, granito y arenilla, la cual fue traída desde muy lejos, nos explica uno de los guías en nuestro recorrido por los oscuros pasadizos del templo. Los estudiosos de esta cultura nos manifiestan que debemos ver a Chavín como si fuese hoy la Jerusalén de los cristianos o la Meca para los musulmanes, pues era un centro religioso que atraía a pobladores próximos y distantes para realizar ofrendas a los dioses. En este punto, existe una interesante comparación con Caral, pues se sabe que ambos fueron centros de ceremonias místicas.

El recorrido por el complejo arqueológico es de aproximadamente dos horas y el viajero puede conocer las distintas galerías que conectan el castillo, el impresionante Lanzón, el Portal Falcónido, altar Choque Chinchay (enorme piedra de siete orificios llenos de agua donde los sacerdotes pronosticaban el tiempo), las replicas del Obelisco de Tello y de la Estela de Raimondi (pues los originales fueron traídas a Lima por Julio C. Tello).


Un museo con historia

El Dr. John Rick, antropólogo de la Universidad de Stanford y el Mag. Cristian Mesía, jefe de proyecto del INC, recientemente han encontrado frente al complejo, cruzando el río Mosna, e inclusive a escasos pasos de la iglesia de la localidad, substanciales vestigios de viviendas y utensilios que corresponden, al parecer, a la servidumbre o clase obrera que trabajó en el sitio arquitectónico.

Hoy en día, cabezas clavas, ornamentos caseros, piedras grabadas con figuras de cóndores, felinos y serpientes, así como otros relevantes descubrimientos son mostrados en un moderno museo construido el año pasado (2008) gracias a la colaboración del gobierno japonés y que está ubicado sobre el mismo lugar donde, otrora, funcionara un bellísimo hotel de turistas que fue incendiado por los terroristas en la década de los ochenta.

Es imperioso mencionar que los considerable tesoros de esta cultura fueron preservados gracias al trabajo dedicado y desinteresado, de don Marino Gonzáles, un lugareño que se convirtió en guardián del Castillo, evitando que tanto saqueadores, huaqueros y hasta investigadores se llevarán valiosas piezas del sitio.

Gastronomía local

De regreso al pueblo, recorremos la Plaza de Armas donde las mujeres campesinas ofrecen el seviche de chocho o tarwi (un tipo de frejol mezclado con perejil, ají, tomates, cebolla y un toque de sal). La oferta gastronómica de los distintos restaurantes turísticos incluye platos tradicionales como el picante de cuy con papa y mote, caldo de gallina con resbalado (trigo partido), picante de papa, puchero de jamón, sopa de cabeza de carnero, el dulce de calabaza y, nunca falta en la mesa, la apetitosa chicha de jora.

Ocasionalmente se puede disfrutar de la Pachamanca que tiene como característica principal el armado de un horno de piedra donde se atizan maderos y ramas, para dar paso, cuando se encuentran bien calientes las rocas, a la introducción de productos como la papa, camote, las humitas y carnes; finalmente, se desmorona el horno, se le tapa con tierra y se deja que el calor cuece los alimentos de manera pareja y los impregne de ese sabor tradicional.

Mención especial merece las panaderías del pueblo donde se puede comprar variadas chaplas como el sabroso quwai (generoso pan de afrecho de trigo), roscas, biscochos y, guaguas, elaboradas especialmente para la festividad de todos los santos. Es cotidiano aún que muchos residentes elaboren pan en sus propios hornos y, muy de vez en cuando, preparen el shanku o pan de maíz, que se distingue por su dulce sabor y finísima harina. El mercado permite otra experiencia inolvidable y nos brinda exquisitas frutas locales como moras, capulís, tunas y tumbos.

El molino de piedra



A escasos metros de la plaza de armas, se ubica un viejo pero funcional molino que se vale para triturar los granos de dos grandes piedras circulares, los mismos que son movidos por la fuerza de un pequeño canal que lo cruza. Observar a los lugareños traer en sacos sus productos y, en estricto orden, moler trigo o cebada de sus cosechas, rememora una larga tradición en Chavín de Huántar.

Al atardecer nos dirigimos a los baños termales, localizados a 20 minutos (a pie) del pueblo. Sus aguas calientes son sulfurosas y medicinales. Su costo es de dos soles. Para acceder a ellos hay que descender una empinada pendiente que desemboca en una formación rocosa natural donde se ha construido una piscina y pequeños cuartos hechos de madera para disfrutar de la relajante afusión.

Revitalizados por la grata vivencia, retornamos al hotel. Tras una breve estancia, emprendemos el retorno a Lima, pero prometernos regresar en febrero para los carnavales y en julio para la fiesta patronal (Virgen del Carmen), en la que el esplendor de las tradiciones y la algarabía de su gente se confunden en celebraciones memorables.



1 comentario:

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